-Ya te lo pregunté- le dije mirándola, pensando en lo lindos que eran sus anteojos. Mi cuello palpitaba y mis dedos se sacudían levemente.
Allí estaban, brillando, y allí estábamos, ante el precipicio. Los estallidos rosas del cielo es lo que mas recuerdo de ese horizonte, y el firme y redondo sol, no había viento.
Solo me di cuenta de la pequeña gota que se deslizaba por mi nariz cuando ya iba a mitad de camino, en ese instante volví. En un pequeño roce la limpió y sonriendo respondió-Ya lo sabes.-Se levanto su labio superior y sus dientes sobresalieron, entonces reímos mientras los gatos bajaban del tejado.
Tomás I. Ruiz L.
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